jueves, 14 de abril de 2016

Bailemos al ritmo de Bonyé





En el preludio del ocaso las sillas comienzan a ocuparse en la Zona Colonial. El ritmo se siente en cada una de las paredes que todavía quedan vivas de Las Ruinas de San Francisco, donde cada domingo flotan los pentagramas y las melodías cobran vida en la majestuosa armonía del grupo Bonyé. Es una cita obligada con la cultura donde se le da de comer a los pies y a la fraternidad.



Justo a las 6:00 de la tarde, cuando se separa la noche del día, suenan las trompetas que dan la bienvenida a una fiesta que se extenderá por más de cuatro horas. Se presentan los músicos y vocalistas, mientras los tragos se multiplican entre los turistas, nativos y transeúntes que suelen pasar y la música los atrapa entre la salsa, merengue y son. Si tienes ritmo, no podrás resistirte.

Pasa una hora y es tiempo del primer descanso de la banda, pero la pista sigue llena por los merengues añejos que coloca el controlador de la consola. Desde “Compadre Pedro Juan” hasta “El Guardia del arsenal”, todo lo que suena enciende el entusiasmo y renueva la alegría de un pueblo ávido lapsos desestresantes. Regresan los músicos, acarician sus instrumentos y a tocar.

A las 8:00 de la noche se presentan los bailarines folklóricos del Ministerio de Cultura con varias piezas entre palo, perico ripiao y merengue de sala. Sus vestuarios coloridos se confunden con las luces que iluminan el escenario, mientras los aplausos casi opacan las pistas. No bien terminan cuando el público irrumpe en la pista para hacerle compañía y bailar, bailar hasta la medianoche.

Una hora más tarde se exige un silencio colectivo para honrar el más imponente de los símbolos patrios: la Bandera Dominicana. Se citan los versos “Qué linda en el tope estás, dominicana bandera, quien te viera, quien te viera, más arriba mucho más”, para luego gritar elogios a los héroes que con su sangre han edificado la Patria. “Que viva Luperón, qué viva”, “Que viva Caamaño, qué viva”…

A las 10:00 no se puede ni cruzar por el lugar, miles de personas de todos los tamaños, colores y edades se manifiestan en un ambiente cargado de alegría, júbilo y fraternidad. La seguridad controla los parqueos mientras sigue llegando gente, como si la fiesta no tuviera caducidad. Un personaje pintoresco resalta del montón porque lleva el atuendo típico de un sonero cubano: sombrero de hilo, breteles, pantalón lizo y unos zapatos a dos colores que hacen juego con lo demás. Es un bailarín sensacional, pese a que sus arrugas confirman que pasa de 70 años.

A las 10:30, cuando se anuncia la despedida, en el lugar no cabe un alma y el público pide otra canción, y otra, y otra. Se baila desde que se acuesta el sol hasta la antesala de la media noche. Es una fiesta a la cultura, a la diversión sana, al sentimiento patriótico, a la vida… Bonyé inició hace ocho años como una idea entre amigos y hoy es toda una fábrica de la alegría dominical.


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